¿Cuánto abarca el olvido? ¿Hasta qué punto se llega a amar el brillo de una mirada? ¿En qué se basa la inspiración? ¿En qué hemisferio habita la tristeza?
No sé.
A veces es preferible vivir en la ignorancia. Ocultar información. O mentir.
Hay que ver cómo nos gusta mentirnos a nosotros mismos ¿Eh?
Decir que no creemos en el amor, o que nunca más volveremos a enamorarnos después de habernos hecho pedacitos por unos ojos verdes.
Son todo mentiras.
El amor se esconde en cada rincón. En cada instante hay una pizca de él. Incluso cuando sentimos odio.
Se esconde en una caja de música, en los paseos por La Castellana, en la espuma de una cerveza fría, en unas Converses rotas color celeste.
El amor es demasiado complicado como para vivir sin él. Nos complementa.
A veces queremos aferrarnos a alguien, comprometernos a ser solo uno. Eso no se puede evitar sentir. Llega cuando llega. No puedes decidir sobre qué sentir ni cómo ni cuándo ni siquiera con quién, al igual que no puedes decidir que la inspiración no te llegue cuando vas en el autobús, camino a Príncipe Pio, sentada en frente del chico de la voz ahogada y la gorra morada.
Otras veces, solamente nos apetece sentirnos libres, únicos e independientes. Esas veces también hay amor.
Amor hacia uno mismo.
Por muy diminuto que sea.
No hay comentarios:
Publicar un comentario