He estado un buen rato mirando este papel en blanco.
Puede parecer una tontería, pero es tan bello que quisiera utilizarlo sólo para cosas bellas.
Quisiera describir algo puro y sencillo, tanto como esta hoja en blanco.
Pero ni siquiera encontraría palabras que pudieran ayudarme.
A veces con las palabras más bruscas y grotescas se dicen cosas maravillosas.
Ahora mismo no se me ocurre nada tan especial. Es mentira.
Sí se me ocurre. Se me ocurre cada mañana al despertarme y cada noche al acostarme. Se me ocurren cosas tan maravillosas que quisiera que ese intervalo no acabara nunca. Es más, quisiera compartirlo con alguien muy especial.
Me parece egoísta el compartirlo tan solo con mi almohada, con mis sábanas, en mi cama, en mi habitación. Sola.
Pero sólo con ella, con esa soledad se me ocurren esas cosas tan maravillosas, ¿por qué?
Porque es la única que las conoce, sólo ella.
A veces, quisiera viajar con ella y, oculta tras la oscuridad, descubrir esa soledad que ella va a buscar, con la que va a compartir mis cosas.
Esa otra soledad, que yo desconozco pero que conoce todo lo que yo pienso, solo puede estar en un sitio, nada más. Y éste, es sólo con él, sólo puede ser la suya.
Es egoísta querer ocupar esa soledad ajena pero quisiera conocerla, sentirme como una intrusa y observarla a escondidas, sólo observarla.
Envuelta en ella me siento extraña.
Siento tristeza y regocijo a la vez, ternura y calor pero el aire es frío y la siento lejos.
Me falta esa otra a la que ella va a buscar, entonces todo sería regocijo, ternura y calor. Todo sería.
Una enorme tristeza me inunda ahora mismo añorando este momento.
Tan sólo quisiera observarla una vez, sólo una vez.
Observar sus movimientos lentos, con cuidado; observar su rostro cándido como el de un bebé, y firme como el de un hombre.
Si él me observara vería como, tumbada en la cama, con los ojos abiertos de par en par, miro al techo, busco la ventana y a través del cielo le busco a él. Encogida y acurrucada en la cama, acariciando la almohada, sintiendo su falta a mi lado. Con los ojos cerrados trato de sentirle e incluso llego a acariciarme sin querer, excusando que son sus manos las que me rozan, no las mías.
Y así, abrazándome a mi misma y recostándome en su ausente pecho me quedo dormida todas las noches, y al despertarme y ver que he pasado otra noche sola me quedo despierta, mirando al techo y buscando la ventana, sintiendo su falta, como si su presencia hubiera volado por la ventana.
Cada día al levantarme pienso en que él estuvo allí, como cada noche.
Pero me doy cuenta de que fue esa soledad, que marcha junto a la suya, la que me hace creer esto cada noche, cada mañana.
[Valorar, aún más, este texto,
ya que no es mío,
es de la mujer que me trajo al mundo.]
ya que no es mío,
es de la mujer que me trajo al mundo.]