sábado, 30 de noviembre de 2013

Eu queroche moito.

He estado un buen rato mirando este papel en blanco.
Puede parecer una tontería, pero es tan bello que quisiera utilizarlo sólo para cosas bellas.
Quisiera describir algo puro y sencillo, tanto como esta hoja en blanco.
Pero ni siquiera encontraría palabras que pudieran ayudarme.
A veces con las palabras más bruscas y grotescas se dicen cosas maravillosas.
Ahora mismo no se me ocurre nada tan especial. Es mentira.
Sí se me ocurre. Se me ocurre cada mañana al despertarme y cada noche al acostarme. Se me ocurren cosas tan maravillosas que quisiera que ese intervalo no acabara nunca. Es más, quisiera compartirlo con alguien muy especial.
Me parece egoísta el compartirlo tan solo con mi almohada, con mis sábanas, en mi cama, en mi habitación. Sola.
Pero sólo con ella, con esa soledad se me ocurren esas cosas tan maravillosas, ¿por qué?
Porque es la única que las conoce, sólo ella.
A veces, quisiera viajar con ella y, oculta tras la oscuridad, descubrir esa soledad que ella va a buscar, con la que va a compartir mis cosas.
Esa otra soledad, que yo desconozco pero que conoce todo lo que yo pienso, solo puede estar en un sitio, nada más. Y éste, es sólo con él, sólo puede ser la suya.
Es egoísta querer ocupar esa soledad ajena pero quisiera conocerla, sentirme como una intrusa y observarla a escondidas, sólo observarla.
Envuelta en ella me siento extraña.
Siento tristeza y regocijo a la vez, ternura y calor pero el aire es frío y la siento lejos.
Me falta esa otra a la que ella va a buscar, entonces todo sería regocijo, ternura y calor. Todo sería.
Una enorme tristeza me inunda ahora mismo añorando este momento.
Tan sólo quisiera observarla una vez, sólo una vez.
Observar sus movimientos lentos, con cuidado; observar su rostro cándido como el de un bebé, y firme como el de un hombre.
Si él me observara vería como, tumbada en la cama, con los ojos abiertos de par en par, miro al techo, busco la ventana y a través del cielo le busco a él. Encogida y acurrucada en la cama, acariciando la almohada, sintiendo su falta a mi lado. Con los ojos cerrados trato de sentirle e incluso llego a acariciarme sin querer, excusando que son sus manos las que me rozan, no las mías.
Y así, abrazándome a mi misma y recostándome en su ausente pecho me quedo dormida todas las noches, y al despertarme y ver que he pasado otra noche sola me quedo despierta, mirando al techo y buscando la ventana, sintiendo su falta, como si su presencia hubiera volado por la ventana.
Cada día al levantarme pienso en que él estuvo allí, como cada noche.
Pero me doy cuenta de que fue esa soledad, que marcha junto a la suya, la que me hace creer esto cada noche, cada mañana.



[Valorar, aún más, este texto,
 ya que no es mío,
es de la mujer que me trajo al mundo.]

domingo, 24 de noviembre de 2013

Lo que nadie puede escribir.

¿Sabes esa sensación cuando vuelves a escuchar un disco que te encantaba y hace mucho que no lo escuchabas? Creo que es la misma sensación que experimentas cuando sales de un concierto. ¿Sabes esa sensación cuando metes los pies en los huecos del radiador? Creo que es lo mismo que sientes cuando abres un libro y huele a nuevo. ¿Sabes esa sensación cuando comes chocolate? Creo que es la misma que sientes cuando te abrazan tan fuerte que parece que os vais a fundir en una sola persona.
Y creo que todo eso se llama felicidad.
También creo que la felicidad es algo momentáneo, algo que sientes en momentos concretos, con ciertas personas o a solas, con detalles pequeños o temporadas enteras. Creo que no hace falta comprarte una camiseta nueva o tener una cita que acabe con un beso para ser feliz. Puedes ser feliz cuando te desvelas por la noche, miras el despertador y ves que todavía te quedan horas de sueño; o puedes serlo acariciando el pelo de tu gato; o escribiendo en cursiva.
La felicidad no es 'una racha de buena suerte'.
También creo que es injusto pensar que la felicidad es instantánea y la tristeza dura demasiado. Eso tampoco tiene por qué ser así. Incluso cuando estás triste hay detalles y personas que te hacen sentirte un poco mejor, puede que no llegues a alcanzar la felicidad en ese momento, pero ya no eres totalmente triste.
A mí me gusta jugar con la felicidad al escondite, primero se esconde, la busco, a veces tardo muy poco y otras un rato más largo, pero la encuentro, luego me busca ella a mí, me vuelve a encontrar.
Yo creo que odio más cosas de las que me gustan, odio los sitios con mucha gente, odio tener la nariz fría, odio que la gente se lo tome todo demasiado enserio, odio que se me olviden las cosas, odio ponerme insoportable cuando me cabreo, odio la leche caliente y la carne poco hecha, odio las monedas de uno y dos céntimos, y odio necesitarlas, al igual que me pasa con las personas.
También tengo demasiadas manías y obsesiones, como enjuagar dos veces el vaso antes de llenarlo, como pensar en todo demasiado, como olerme las yemas de los dedos, como aguantar que suene dos veces el móvil para mirarlo, como quedarme cinco minutos de reloj más en la cama, como apuntar canciones y frases que me gusten, como que siempre izquierda, números pares y negro antes que blanco.
En cambio no creo en las casualidades, ni en más de dos oportunidades, ni en que el amor entre dos personas del mismo sexo sea ilegal. Tampoco creo en que la gente cambia por completo, ni en las princesas de Disney, ni en que nos olvidemos de las personas. Ni siquiera creo que entendáis muchas veces lo que quiero decir.
Pero al final todo se resume en saber distinguir el bien del mal, el poder y el querer, el saber y el ignorar, el hablar y el callar. Y al final vuelve a ser domingo, y te das cuenta de que Maldita Nerea tenía razón, que 'todo son palabras que no significan nada, pero llegan al alma'.

miércoles, 20 de noviembre de 2013

Dime cómo.

He visto
como se formaba esa arruga al final de tus labios cuando sonríes,
como se te erizaba el vello al rozar mi cadera,
como me dejabas sin aire queriéndome dejar sin yugular.

He sentido 
como tus labios querían arder al besar los míos,
como las palabras que no decíamos me acariciaban la oreja,
como abrazabas mi corazón para quitarme los miedos.

Me he preguntado
cómo eras capaz de hacerme sentir tan tuya,
cómo preparabas esos cafés,
cómo y por qué.

Y entendí lo que era el amor.

domingo, 10 de noviembre de 2013

Pequeña de las dudas infinitas.

Estoy cansada de contar historias tristes y deprimentes.
Quisiera no hacerlo, pero siento que si no me ahogan.
Debéis estar cansados, vosotros también, de oír siempre la misma canción, debéis pensar que soy estúpida.
No sé por qué os estoy escribiendo esto... pero me sacia.
Debajo de todo esto se evaporan todas las dudas, y confusiones. Acerca de qué o de quién.

Algunos no llegaréis a entenderme, y no os culpo, mi cabeza está demasiado desquiciada ya.
Pero otros sabréis de lo que hablo.
De lo complicado que llega a parecer todo.
Pero a mí me gustan las cosas así, difíciles e imposibles al primer vistazo. Porque muchas veces son las que mejores recompensas nos ofrecen.
Pero otras veces, se lucha en vano.
Y me revienta.
Me revienta cuando me levanto a las siete de la mañana y se me cae el azúcar fuera de la taza,
me revienta cuando me equivoco escribiendo a boli y tengo que tachar,
me revienta cuando la única parte helada de mi cuerpo es la nariz,
me revienta irme por las ramas.
Pero supongo que son cosas que no puedo evitar sentir, y de esa forma, escribir.

Os prometo que, si pudiera, escribiría sólo cosas felices y graciosas. Pero entonces no me desahogaría.
Os prometo que, si pudiera, dejaría de escribir sólo para ser feliz. Pero es que yo soy feliz así, escribiendo.

Si ya lo decía Bécquer,


Mientras se sienta que se ríe el alma, 
sin que los labios rían; 
mientras se llore, sin que el llanto acuda 
a nublar la pupila; 
mientras el corazón y la cabeza 
batallando prosigan, 
mientras haya esperanzas y recuerdos, 
¡habrá poesía! 



Mientras haya unos ojos que reflejen 
los ojos que los miran, 
mientras responda el labio suspirando 
al labio que suspira, 
mientras sentirse puedan en un beso 
dos almas confundidas, 
mientras exista una mujer hermosa, 
¡habrá poesía!

sábado, 9 de noviembre de 2013

Carta a la h que no quería ser muda:

Yo no sé escribir poesía. No sé dibujar bien. Tampoco sé sobre las estrellas o sobre las galaxias. Y mucho menos sé sobre películas de los años 50.
Pero tus labios han sido lo más cercano a escribir poesía que he tenido a mi alcance. Pero dibujar tu silueta en mi cama sí que se me daba bien. Pero podía contar tus lunares como estrellas y jugar con ellos como si fuera Dios colocando galaxias. Aunque sobre las películas de los años 50 sigo sin saber nada, porque cuando tú me ponías una de ellas yo me quedaba embobada mirando cómo se te erizaba el pelo al ver actuar a Audrey Hepburn.

Yo no sé cómo llegaste a quererme, ni cómo dejaste que me enamorase tanto de ti... pero no quería saber la respuesta.
No quería ver atardecer sin ti, no quería cantarle a otro oído, no quería mancharle la nariz de nata a nadie que no fueras tú, no quería que me apeteciesen más otras caderas, no quería sentir calor en otros brazos, no quería perderme en otros ojitos tristes.
Y sigo sin querer.
Pero te sigo queriendo a ti.
A ti y al ángulo perfecto que se creaba entre tus ojos y el papel manchado por mis tachones y mis párrafos inentendibles.
A ti y a tus ojeras.
A ti y a la forma en la que tus te quieros salían directamente de tus labios para acariciar mi tímpano.
A ti, a sístole y diástole.

Besarte los sueños, dolerte las heridas,
quererte el dolor, maltratarte la felicidad,
rezarte las cartas, imprimirte la piel,
romperte las ganas, arreglarte el insomnio,
gritarte los silencios, ahogarte las frases.

PD:
A ti, Mi Amor.

Declaración de desamor.

Jamás pensé que mereciésemos el cielo, aunque tú me lo prometieses a cada paso.
Siempre que fuera contigo me daba igual ir al infierno.
Pero yo sigo en la Tierra.
Y tú te has ido.

Y hoy te echa de menos la tacita de té. La lamparilla añora a tu sombra, el teclado tus dedos, pero no sé si tanto como extraña mi alfombra tu espalda.
Mis manos echan de menos tu pelo y tu cuello y tu ombligo. Y mi dolor echa de menos que le seas infiel.
Dile a tu clavícula que lo siento, que todos esos mordisquitos llevaban más parte de vicio que de amor. Pídele perdón a tu cabecero por querer romperlo. Excúsame con tus oídos porque han tenido que escuchar demasiadas tonterías como estas.
Háblale a tus bolígrafos de cómo será de larga su existencia ahora que no estoy yo para gastarlos hablando de magia. Cuéntale a la furgoneta que ya no habrá más escapadas exprés para ver llover en el norte o para pasear por la playa al sur. Dile a tu bañera que no se preocupe, que ya no sufrirá más de romanticismo.
Vuelve para abrazarme tan fuerte que mis costillas sientan tu piel, que tus susurros me hagan cosquillas en la oreja mientras murmuras palabras que sean solo para mí. 
Vuelve a permitirle a tu risa que inunde mi pecho de satisfacción.
Vuelve para gritarle a los ángeles que el cielo no es límite.
Vuelve para robarle el caballo al jinete de la muerte y así vuelvas, no aquí, sino a mí.

Me declaraste la guerra,
aunque la G no se presentase con Gusto,
aunque la U se fue en busca de Ultraje,
aunque a la E no se la vió muy Emocionada,
aunque las RR no fueron capaces de Repartir tu Risa,
aunque la A no te quiso traer de vuelta Aquí, conmigo.


Texto con ayuda de @97_rocio ]