Dibujando corazones en la ventana, Crema de fondo y el reloj tirado y medio roto. Estoy al límite del llanto. Tengo un agujero en el pecho que lleva tu nombre. Ojalá alguien pueda rellenarlo algún día, pero no tengo muchas esperanzas en ello. Pensarte es lo que provoca esta angustia. Quizás tú estés tan muerto por dentro como yo y te lo calles. O puede que aquella despedida también fuera para tu amor por mí. No sé. Hoy no sé nada. O no quiero saberlo.
Me prometí olvidarte. Pasar página o encontrar un nuevo libro. Pero lo nuestro es demasiado fuerte. Ya me ves, escribiéndote otra vez como una idiota, con la esperanza de que algún día te pases por aquí y desees que te lo lea en alto, enfrente tuya. Pero no. No ocurre. Nunca ocurre.
Cada noche me atormenta el sonido del piano rozando tus dedos. Parecían que volaban sobre él. Como si quisieran tocar las teclas lo mínimo posible para que no los cogiesen cariño. Maravilloso sonido, joder. Ojalá pueda escucharlo cada noche, justo antes de acostarme, justo antes de que me abraces para que pueda dormir a gusto.
Ojalá. Ojalá tú y yo volvamos a ser los mejores amigos de mi cama. Ojalá nunca nos hubieses abandonado.
El frío del invierno hace que te eche aún más de menos. Tus abrazos. Tus labios agrietados. Tus manos heladas. Tus ganas de llegar a casa para prepararnos un chocolate caliente.
Se me quiebra la voz al pronunciarte. Al recordar que tengo que despertarme otro día. Al saber que ninguno de los dos cumplimos nuestras promesas. ¿Y sabes qué? Ya no he podido escuchar a otra persona tocar el piano sin ponerle alguna pega. Y sin imaginarte a ti haciéndolo.
Son sueños en vano. Pero sueños en vena.