sábado, 28 de diciembre de 2013

Porque.

Por qué
hay tanta diferencia entre ojearte las piernas y deshojarte en mi cuaderno.
Por qué
entre matarme y atarme hay más que un juego de palabras.
Por qué
querer y tener se rozan pero no se abrazan.
Por qué
no debería quererte.
Esa es la pregunta.

Te quiero porque el espacio que hay entre tus párpados y tu iris está en blanco para que yo escriba ahí. Porque haces que se me atraganten los peros y que pueda escupir todos los ojalás. Porque prefiero quererte a ti antes que a un personaje inventado sobre un folio.
Te quiero porque ya es una necesidad, porque cuanto más te quiero más siento que te necesito y te quiero aún más y entro en un círculo vicioso, vicioso de ti. Te quiero porque me odiaría si no lo hiciera.
Te quiero por cómo haces que me estremezca cuando me muerdes el labio, porque haces que me guste la cerveza, pero sólo cuando es de tu boca. Te quiero por la delicadeza con la que me coges la mano y luego la aprietas más fuerte para hacerme sentir segura, por tu manera de apartarme el pelo de la cara, por cómo haces que el sol se rinda ante nosotros y cree un atardecer precioso, te quiero porque me haces ir despacio y verlo todo de otra manera.

Te quiero
cerca cuando la noche se me echa encima y las sábanas ya no tapan,
lejos cuando siento que te quiero más de lo que debería,
encima, y debajo, y contra la pared.
Te quiero cuando nadie esté 
y cuando todos miren.
Te quiero para siempre
y como nunca he querido.
Pero te quiero.