miércoles, 23 de octubre de 2013

Segundas partes que nadie escribió.

Cuando le entregas tu corazón a alguien lo haces con la esperanza de que no tengan que devolvértelo. Aunque pocas veces acertamos a la primera.
Necesitamos posarlo en algunas manos que nos lo devuelvan sucio, desarreglado, maltratado y herido para que cuando rocen los dedos indicados sepamos que esas son las manos adecuadas. Las manos a las que va a pertenecer el resto de su vida. Cuando roza esas manos y vemos que bombea al mismo ritmo que esa persona respira. Cuando parece que nos mira desde ahí abajo y nos dice ''déjame quedarme aquí''.
Cuando te lo devuelven malherido, intentas encajártelo de nuevo en el hueco, coserte el pecho y seguir como si nada, pero no. Eso nunca ocurre. Un corazón sabe lo suficiente sobre el amor cuando ya no encaja perfectamente.

Y entonces vamos con la vida cansada dando tumbos. Vamos con medias tintas en el pulmón y casi sin tinta en el bolígrafo. Vamos desarmando los planes al destino con nuestra cabecita loca. Vamos intoxicándonos de nosotros mismos.
Pero vamos.
Quizá vayamos despacio o sin conocer el límite de velocidad. Quizá vayamos dando acelerones, aparcando en doble fila o presionando con el claxon al de delante. Quizá vayamos corriendo para luego pararnos en seco. Quizá vayamos por el carril contrario.
Pero vamos.
Vamos fijándonos más en los detalles. Vamos analizando a las personas desde el asiento del autobús. Vamos escuchando canciones en acústico mientras observamos cómo se mueven las nubes, despacito y con elegancia. Vamos valorando aún más a la gente que queremos. Vamos suplementando nuestros propios pensamientos.
Pero vamos.

Y seguiremos yendo por mucho que el camino se ponga cuesta arriba, por muchas curvas que tenga o por muchos baches que nos hagan disminuir el ritmo.
Seguiremos yendo mientras el de la izquierda nos lo permita.

jueves, 17 de octubre de 2013

Jugamos a ser humanos.

Necesitar es el Oxígeno y el Dióxido a partes iguales.
Necesitar es acabar un libro y querer seguir leyéndotelo.
Necesitar es la lluvia empapándolo todo y aún así tener una brillante sonrisa en la cara.
Es comerte los labios y seguir teniendo hambre para tu cuello.
Es el vértigo al asomarme a tu cadera.
Es el perfume de los sábados.
Es morirte por los dos primeros botones desabrochados de una camisa.
Es un montón de cicatrices que no te importa enseñar cuando te subes la falda más allá de las rodillas.
Es un café caliente desde primera hora para hacerle frente a otro día de trabajo.
Es el piti de después y las caricias de antemano.
Necesitar es calor humano en Agosto y frío emocional en Noviembre.
Necesitar es una palmadita en la espalda para coger confianza.
Necesitar son los ojalás.
Son los chocolates suizos que me manda mi tío.
Son las cosquillas que te hacen tirarte al suelo.
Son las ganas de quedarte encerrada en unas costillas.
Son los bailes pisando los pies.
Son las poesías de Bécquer.
Son las teclas del piano.
Son las fotografías en blanco y negro.
Necesitar es los cascos en el metro.
Necesitar es el placer de poder dormir cinco minutos más.
Necesitar es ese ''ya te lo dije'' de una madre, por mucho que te hiera el orgullo.
Es la luz de un faro en el puerto, o de TU luz en MI puerto.
Es una llamada perdida.
Es que te den un abrazo aunque tú no lo pidas.
Es escribir un domingo.
Es descubrir pequeñas joyitas en antiguos borradores.
Es el tú más profundo de mi yo.

sábado, 5 de octubre de 2013

Viajes sin retorno a mis adentros.

A veces se rompe en mil trocitos o se queda totalmente vacío.
A veces nos hace imaginar, soñar, creer.
A veces nos ciega y otras parece estar hecho para mirarlo durante horas.
A veces un cuadro que te atrapa, otras un poema demasiado sentimental.
E incluso a veces parece bailar.

Él siempre avanza. Siempre mira hacia delante, pero a la vez nunca te abandona. Es capaz de transmitirte la mayor paz nunca lograda con un solo destello. Es capaz de hacerte cambiar de estado de ánimo junto con un par de canciones de los años 80.

Algunas mañanas te invita a pasear, le da color a las amapolas y crea ese ambiente primaveral que a todo el mundo le hace sentir arropado. Pero ciertas mañanas se despierta revoltoso y no le da la gana que te quites el pijama en todo el domingo.
Las estrellas son luces de neón con las que alguien alguna vez ha comparado unos ojos en algún delirio nocturno. Pero la Luna... ay. Ella le ilumina cuando todo se apaga. Le complementa y le hace bonito. Ella le hace amanecer con un precioso color naranja y unas nubes rosas que parecen pintadas. O le obliga a estar oscuro, de ese color grisaceo, y llora lluvia de vez en cuando (esa lluvia que te empapa los cristales y te hace carecer de motivos para concentrarte en cualquier otra cosa). Ella es el motivo por el que nos aferramos tanto a él por las noches. Y es la nostalgia que él necesita -ojalá tú Cielo y yo Luna-.

Quizá los cielos que dibujábamos de niños no estaban tan lejos de la realidad.
Puede que lo viésemos todo como queríamos que fuese desde la perspectiva de una ventana: con el sol en una esquina, iluminando todo lo que vemos sin apenas darnos cuenta, con las nubes blancas y esponjosas, impecables, dándonos ganas de morderlas, y con un azul clarito por encima de los tejados y las personas sonrientes desde las ventanas.

A ver si así ahora entiendes, por qué yo te llamaba Cielo.