¿Sabes esa sensación cuando vuelves a escuchar un disco que te encantaba y hace mucho que no lo escuchabas? Creo que es la misma sensación que experimentas cuando sales de un concierto. ¿Sabes esa sensación cuando metes los pies en los huecos del radiador? Creo que es lo mismo que sientes cuando abres un libro y huele a nuevo. ¿Sabes esa sensación cuando comes chocolate? Creo que es la misma que sientes cuando te abrazan tan fuerte que parece que os vais a fundir en una sola persona.
Y creo que todo eso se llama felicidad.
También creo que la felicidad es algo momentáneo, algo que sientes en momentos concretos, con ciertas personas o a solas, con detalles pequeños o temporadas enteras. Creo que no hace falta comprarte una camiseta nueva o tener una cita que acabe con un beso para ser feliz. Puedes ser feliz cuando te desvelas por la noche, miras el despertador y ves que todavía te quedan horas de sueño; o puedes serlo acariciando el pelo de tu gato; o escribiendo en cursiva.
La felicidad no es 'una racha de buena suerte'.
También creo que es injusto pensar que la felicidad es instantánea y la tristeza dura demasiado. Eso tampoco tiene por qué ser así. Incluso cuando estás triste hay detalles y personas que te hacen sentirte un poco mejor, puede que no llegues a alcanzar la felicidad en ese momento, pero ya no eres totalmente triste.
A mí me gusta jugar con la felicidad al escondite, primero se esconde, la busco, a veces tardo muy poco y otras un rato más largo, pero la encuentro, luego me busca ella a mí, me vuelve a encontrar.
Yo creo que odio más cosas de las que me gustan, odio los sitios con mucha gente, odio tener la nariz fría, odio que la gente se lo tome todo demasiado enserio, odio que se me olviden las cosas, odio ponerme insoportable cuando me cabreo, odio la leche caliente y la carne poco hecha, odio las monedas de uno y dos céntimos, y odio necesitarlas, al igual que me pasa con las personas.
También tengo demasiadas manías y obsesiones, como enjuagar dos veces el vaso antes de llenarlo, como pensar en todo demasiado, como olerme las yemas de los dedos, como aguantar que suene dos veces el móvil para mirarlo, como quedarme cinco minutos de reloj más en la cama, como apuntar canciones y frases que me gusten, como que siempre izquierda, números pares y negro antes que blanco.
En cambio no creo en las casualidades, ni en más de dos oportunidades, ni en que el amor entre dos personas del mismo sexo sea ilegal. Tampoco creo en que la gente cambia por completo, ni en las princesas de Disney, ni en que nos olvidemos de las personas. Ni siquiera creo que entendáis muchas veces lo que quiero decir.
Pero al final todo se resume en saber distinguir el bien del mal, el poder y el querer, el saber y el ignorar, el hablar y el callar. Y al final vuelve a ser domingo, y te das cuenta de que Maldita Nerea tenía razón, que 'todo son palabras que no significan nada, pero llegan al alma'.
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